“Había un hombre que cada día se sentaba a mirar a través de una apertura vertical angosta, en donde un solo tablón se hallaba ausente en una alta verja de madera. Cada día pasaba afuera de la verja un asno silvestre del desierto, enfrente a la angosta apertura: Primero, la nariz; luego, la cabeza, las patas delanteras, la larga espalda parda, las patas traseras, y al final la cola. Un día, el hombre aquel se puso de pie de un brinco con la chispa del descubrimiento en sus ojos, y declaró a alaridos para que toda persona lo oyese: '¡Es obvio! ¡La nariz es la causa de la cola!’”1
Aunque el pasaje anterior tiene como intención ridiculizar la creencia en la conciencia granular y la perspectiva determinística del universo, también inmediatamente obtiene una reacción interna en el lector. Primero, dicho lector tiene que mofarse del lapso de lógica del hombre desértico. Inmediatamente después uno tiene que justificar consigo mismo las razones de porqué la lógica es defectuosa y cuál debería de ser la suposición correcta. Uno muestra escepticismo ante la afirmación del hombre del desierto, inevitablemente. Los humanos parecemos obligados a preguntar "¿Por qué?" a cada momento, y estamos aparentemente condenados para siempre a dudar cualquier respuesta provista. Este escepticismo debe de tener entonces algún valor real en nuestras vidas. Por lo tanto, repasemos la disposición filosófica de Pyrrho de Elis, y comparemos y contrastemos las principales ideas de David Hume e Immanuel Kant al respecto de la utilidad o el valor del escepticismo. Después, consideremos lo que Stephen Hawking tiene que decir sobre el escepticismo y la búsqueda del conocimiento. Haremos esto para identificar cuál es el valor del escepticismo para los humanos, si es que hubiera uno, es decir, ya sea positivo o negativo. La relevancia o valor que le asignemos al escepticismo debería de ser no tan solo la necesidad obvia de este como herramienta para practicar la filosofía, sino también como un componente vital en la práctica de las actividades cotidianas.
Entonces, para comenzar uno debería de preguntar: ¿Qué es el escepticismo? La palabra griega skeptesthai significa “examinar”, y gradualmente terminó abarcando el significado de dudar lo que es generalmente aceptado como verdadero.2 Por lo tanto, cuando se practica la filosofía uno se concierne principalmente con el aspecto epistemológico del escepticismo, es decir, el de dudar el alcance y la validez de todo conocimiento humano y de cómo se obtuvo.
La mayor parte de la tradición filosófica occidental encuentra sus raices en la filosofía griega. En el quinto siglo antes de Cristo, los Sofistas griegos profesaban una perspectiva de la vida más bien escéptica al afirmar que toda declaración concerniente a la realidad era falsa, y que de ser cierta no había manera alguna de comprobarlo. Fue Pyrrho de Elis quien propuso los primeros estatutos formales sobre el escepticismo. Por concentrarse sobre todo en el campo de la ética, él mantenía que en vista de que nadie posiblemente puede saber nada sobre la verdadera naturaleza del Cosmos, entonces es de sabios suspender juzgamentos. Él era un pensador radical que hacía lo que decía, y se cuenta que como Pyrrho dudaba hasta la realidad de un precipicio, él hubiera caminado hasta caer ahí de no ser por sus discípulos que tuvieron que impedirle el paso.3
Veintidós siglos después, una vez que las ideas griegas habían sido acogidas por el mundo occidental, estas cayeron en el olvido, tan solo para ser descubiertas una vez más y recibidas de nuevo ahora hasta por la religión institucional. David Hume llegó a este escenario durante los años de la centena de 1700, explorando todo desde la causación, percepción, creencia, historia, religión, economía, estética y hasta la psicología, contribuyendo ideas originales a cada uno de estos campos. Tradicionalmente (y a regañadientes) a Hume lo consideran los catedráticos como el más grande filósofo británico y el escéptico más extremo, de paso. Se le acusa de socavar todo reclamo de validez a cada creencia que pudiera existir en el mundo real, en el yo y en el concepto de causa y efecto por completo. Aparentemente, es su culpa por completo de que los empiricistas ingleses posteriores se dieran gusto con sus supuestos excesos. No obstante, en tiempos actuales los catedráticos parecen haberle ganado más afecto a la idea de que Hume tenía una meta más amplia y constructiva en mente con su escepticismo. Se comenta que lo único que Hume quería lograr con dicho escepticismo era establecer límites a las justificaciones racionales. Al enfrentar a la razón contra si misma, él quería demostrar que todas nuestras creencias eran de por sí naturales, instintivas e inevitables.4 El Lord Quinton de Hollywell, presidente de la Royal Institution of Philosophy desde 1991, dice lo siguiente sobre Hume:
“Al explicar cómo es que de hecho llegamos a tener las creencias que tenemos, [Hume] nos demuestra que estamos de tal manera constituídos que no podemos evitar tenerlas. Después de todo, a menos que hubiera algo que mencionar sobre ellas, ¿qué piensa él que hace al tratar de explicarlas, en vista de que las explicaciones son cuestión de someter a las cosas bajo las leyes causales?”4
Parece ser que Hume estaba más interesado en las cosas concretas, tales como la moralidad, la política y la psicología, en lugar de en la teoría de los conocimientos. Es más, a él se le conocía como a un señor muy "buena onda", con el que siempre se puede contar, un señor que a todos agrada, y no era el misántropo hastiado, inestable y "cínico" que uno hubiera anticipado de alguien extremadamente escéptico. Esa búsqueda de Hume por soluciones activas a los rompecabezas filosóficos es él quien la describe mejor:
“La revisión intensa de esta multitud de contradicciones e imperfecciones en el razonamiento humano ha causado tanta angustia en mí y ha recalentado mi cerebro, que me encuentro al borde de rechazar toda creencia y razonamiento, y no puedo discernir si alguna opinion pudiera ser más probable o más posible que ninguna otra. ¿Dónde estoy, o qué soy? ¿De cuáles causas derivo mi existencia, y a qué condición retornaré? ¿De quién debo cortejar su patrocinio, y de quién debo temer su ira? ¿Cuáles seres me rodean? Y, ¿Sobre quién tengo influencia, o quién tiene influencia sobre mí? Estoy confundido con todas esas preguntas, y empiezo a pensarme a mi mismo en la condición más deplorable que se pueda imaginar, rodeado de las tinieblas más profundas, y eternamente privado del uso de cada uno de mis miembros y facultades. Por buena fortuna sucede que ya que la razón es incapáz de disipar esta nubosidad, la Natura misma basta para este propósito, y me cura de esta melancolía y delirio filosófico, ora al relajar esta disposición mental, ora por algún pluriempleo e impresiones vívidas de mis sentidos, lo cuál elimina todas estas quimeras. Ceno, juego al backgammon, converso, y estoy alegre con mis amigos; y cuando después de tres o cuatro horas de divertimento regreso a esas especulaciones, aparentan ser tan frías y forzadas y ridículas que no tengo el corazón para adentrarme en ellas ya más.”5
Aunque en su propia época Hume era bastante respetado por su History of Britain, su filosofía pasó desapercibida y su perspectiva sobre la religión horrorizaba a la gente. Immanuel Kant, tan solo trece años menor que Hume, alega que se le despertó de su "somnolencia dogmática" al leer a Hume (por supuesto, siendo semejante escéptico, Hume hubiera dudado seriamente ser responsable por los resultados de eso). Basicamente (si es que cualquier cosa relativa a Kant se puede llamarle "basica" en lo absoluto), Kant creía que en realidad hay una ley moral objetiva, revelada a nosotros no a través de la experiencia, pero a través de la razón pura (a priori). El profesor de Filosofía, Ralph Walker, del Magdalen College en Oxford, sumariza a Kant de la siguiente manera:
“[La Ley Moral de Kant] nos obliga a actuar, o a abstenernos de actuar, simplemente en base a que la acción es requerida o prohibida por esa ley. Es una 'imperativa categórica': Ni su autoridad ni su poder para motivarnos se derivan de ninguna otra cosa más que de si misma.”6(p.5)
En la explicación de su concepto de la ley moral, Kant se oponía a la mayoría de las opiniones de Hume, quien creía que los principios teóricos son tan solo hábitos del pensamiento humano derivados de nuestra psicología y de "las condiciones contingentes de la humanidad". También, Hume pensó que nuestros principios morales son el desarrollo natural de actitudes que pertenecen a la naturaleza humana.6(p. 25) Ya que esto significaría que el concepto de a priori sería incorrecto, Kant lanzó una contestación exhaustiva a los puntos de vista de Hume en su Crítica de la razón pura, defendiendo allí el principio inductivo y el concepto de la causa como absoluta necesidad de cualquier conocimiento en absoluto. Equivocadamente, Kant suponía que Hume admitía tal vez un poco de conocimiento a priori, ya que Hume no incluyó a las matemáticas en su "empiricismo", y también que la negación de dichos conocimientos a priori sería simplemente una estupidez (pero el motivo era tan solo que Hume no sabía nada de matemáticas, y por eso ni escribía ni mencionaba nada al respecto). Kant escribió:
"En esta época filosófica y de crítica es dificil tomarse en serio el empiricismo, y uno tiene que suponer que se nos presenta tan solo como un ejercicio para juzgamento y para iluminar más claramente, a través del contraste, la necesidad perteneciente a los principios racionales a priori. Por lo tanto, uno debe estar agradecido con aquellos quienes quieran molestarse con esta tarea que de cualquier otro modo resulta para nada instructiva”.7
Qué ironía, en retrospectiva, que se pueda decir que Kant fue un paso más allá que Hume en su escepticismo, al dudar el alcance y capacidad de las dudas de Hume.
A pesar de que esos dos grandes filósofos vivieron durante lo que se ha llegado a denominar el "Siglo de las Luces", ellos no podrían haberse imaginado los avances en la ciencia y en la tecnología que han sucedido en los doscientos y pico años que transcurrieron desde que ellos estuvieron vivos, ni cuánto la gente sí se "atreve a saber", ni cuantas veces esos descubrimientos acarrean consigo el colapso de las modalidades aceptadas del pensamiento. Un ejemplo de muchos es el trabajo del astrofísico Stephen Hawking. Él ha propuesto que el tiempo y el espacio no son infinitos, pero que no tienen ni extremos ni límites, y que no hay singularidades. Al hacer esto ha subvertido la mayoría de la ciencia desarrollada en el siglo XX y ha hecho que se pare de frenazo una vez más para repasar y modificar algunos conceptos que no eran correctos del todo. Pero viéndolo bien, el siglo pasado dio paso a la extraña situación donde todos los científicos estuvieron de acuerdo sobre los hechos y la mecánica del universo, pero al parecer discrepando sobre lo que significaba todo ello. Por ejemplo, las interpretaciones de la Mecánica Cuántica se dividen en por lo menos seis "escuelas de pensamiento", cada una de ellas con nuevas subdivisiones diarias. En contraste, en siglos pasados, los científicos estaban todos de acuerdo en lo que todo significaba, pero no podían reconciliar ni sus datos ni sus técnicas. Pero esos problemas ya no se limitan al reino de los científicos y catedráticos pues que en el estado actual de nuestra sociedad nuestra posición filosófica está determinada en gran manera por los hechos científicos. Aparentemente, lo contrario también es cierto. Esto nos revela una nueva faceta del escepticismo: Hay que dudar que debiéramos dudar. El profesor Hawking escribió:
“¿Está todo determinado? La respuesta es sí, lo está. Pero, para lo que importa, porque nunca podemos saber qué es lo que está determinado”.8(p. 139)
“No estoy de acuerdo con la visión de que el universo es un misterio, algo que podemos intuir pero que nunca podremos analizar o comprender por completo... Es posible que no estemos destinados a siempre andar a tientas en las tinieblas. Podría ser que irrumpamos hasta llegar a una teoría completa del universo. En ese caso, en serio que sí seríamos los Amos del Universo."8(pp. viii, ix)
Aunque algo melodramático, Stephen Hawking es el mejor candidato hasta la fecha para encontrar la Gran Teoría Unificada de Todo, esa con la que hasta Albert Einstein fantaseaba.
Después de brevemente echarle un vistazo a las ideas principales sobre el escepticismo de estos notables personajes, todavía tenemos que encontrarle un valor al escepticismo. Pyrrho, aunque extraordinario en su convicción, nos demostró que el escepticismo podría ser poco práctico en el mundo real cuando se lleva a los extremos. Hume nos mostró que el escepticismo nos ayuda a definir los límites de lo que cada uno de nosotros puede saber de manera personal a través de la experiencia y el razonamiento. Kant nos enseñó que la moralidad no depende de qué tan escépticos seamos sobre lo que sabemos o sobre la manera como lo aprendimos, pero que la moralidad es algo absolutamente real. Y Stephen Hawking nos indicó que tan solo podemos tener escepticismo sobre nuestra comprensión, pero no de cuánta de esta se puede obtener.
Que el escepticismo es una parte vital en la actividad filosófica es incontestable. Que el escepticismo podría ser intrínseco a la mismísima arquitectura del cerebro humano, está todavía por comprobarse (después de todo, ¿dónde reside la conciencia en el cuerpo humano?). Pero, ¿que sea necesario para otras actividades aparte del razonamiento puro? Mi humilde opinión, la cual siempre considero primero aunque la cambie después, me conduce a creer que el escepticismo es una herramienta benéfica para esta vida. Es ese consejero sin palabras en las situaciones desconocidas en la vida de uno y el acusador implacable en las divagaciones de la mente. Es el pequeño "¿cómo así?" en la mente cuando cuestionan nuestras creencias personales, y el estrepitoso "¡Me vas a disculpar!" cuando dichas creencias están bajo ataque. Es algo inescapable y necesario.
Ahora, si alguien deriva un valor negativo por las mismas razones que he dado, será porque de alguna manera la ignorancia o un temperamento innoble le bloquea el paso hacia su razonamiento puro. Porque vivimos en una época cuando el mundo se ve plagado por la opresión y el cinismo; un mundo en el cual hasta los creyentes piensan que es cobardía poner todo en las manos de Dios, o de un dios; un mundo donde el utilitarianismo se ha convertido en una manera de racionalizar los corazones insensibles. Y el escepticismo no nos condujo hasta esta catástrofe, nosotros mismos lo hicimos.
Así como se mostró en las acciones y palabras (de manera indirecta) de Pyrrho, Hume, Kant y Hawking, dudar es ─a falta de un término más directo─ "bueno". Hasta dudar de nuestras propias dudas y dudar de cómo se nos ocurrió dudar en primer lugar, es bueno. Es necesario. Es inevitable. Y, simplemente, es.
Resources:
1 Frank Herbert, Heretics of Dune, Berkley 1985, p. 368
2 “Skepticism”, Microsoft Encarta Online Encyclopedia, Microsoft Corp. 2000.
3 “Western Philosophy”, ibid.
4 Anthony Quinton, Hume, ed. R. Monk and F. Raphael, Routledge 1999, p. 34
5 David Hume, Treatise of Human Nature, ed. L. A. Selby-Bigge, Oxford 1888 and later, pp. 268-269
6 Ralph Walker, Kant and the moral law, ed. R. Monk and F. Raphael, Routledge 1999.
7 Kant’s gesammelte Schriften, Deutsche Akademie der Wissenschaften, Berlin, 1900, volume V Critique of Practical Reason, p. 14
8 Stephen Hawking, Black Holes and Baby Universes, Bantam 1993.