Escucha: música de tu infancia, de cuando todo era enfrente y arriba, y poco quedaba atrás. Las memorias auditivas siempre existen ancladas al contexto del momento en que el ruido choca en el tímpano. No existen memorias de música sin carga emotiva. El problema reside en el hecho de que toda memoria es plástica, y adquiere capas folklóricas y estrafalarias con cada nueva vivencia, como el buró del abuelo, perdido para siempre bajo tres generaciones de brochas gordas de barniz.
Recién he escuchado canciones de la época de mi adolescencia, y encuentro algo de nostalgia en ellas cuando intersectan mis memorias recientes. Es como recubrir de mierda a una piedra preciosa: seguirá siendo diamante, pero ahora ofende a los sentidos.
La nostalgia nos obliga a creer que todo tiempo pasado era mejor. En este caso, es posible que sea la verdad verdadera: en la década de mil novecientos ochenta vivíamos en un mundo de juguete, coloreado por una mano idiota con crayones color pastel, ropa de algodón y poliester, y la creencia de que las pandillas de maleantes podrían canjear armas de fuego por bailes acrobáticos a ritmo sincopado. Era quizá la última infancia de la cultura popular.
Hoy en día vagamos por la aridez del desencanto, con toda experiencia humana divorciada de humanidad a través de archivos de datos que traducen todo lo percibido a vídeoclips y letras estultas como todas las de arriba. Le llovemos desprecio a quien nunca haya experimentado algo, y al final todos aprendemos la mueca de disgusto y desdén por todo lo desconocido, pretendiendo que sabemos todo.
Entonces, escucha, este es el secreto del olvido final: la vida solo acontece ya mismo, en este preciso momento. Pero toda nuestra percepción es memoria. Nada aprehendemos al instante, sino tras cavilaciones… Y las memorias no son ciertas, son fingidas, son simulacros de la vida que se nos fue.
Sabiendo, pues, que la vida está condenada al olvido final en el preciso instante que nos pasa de largo, aprendamos a salvaguardar memorias dignas, y recordemos cuando resurjan de entre el pantano de los recuerdos fallidos que fueron nuestras piedras preciosas, sin importar la inmundicia que las recubra.
No ofrezco sabiduría, sino pido consuelo.
D
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