Ya antes he justificado mi costumbre de hacer traducciones de canciones y disfrazarlas como relatos cortos. Mantengo que, en muchas ocasiones, existen canciones que presentan muy buenos conceptos, pero por la necesidad de rimar o por otros motivos no alcanzan a realizar su potencial. Muchos me han reñido que la música presenta limitaciones y las canciones no pueden considerarse desde el punto de vista de la literatura.
Discrepo.
El idioma se presta para hacer arte, sea cual fuere su presentación. Todo depende de la aptitud que cada autor tenga para hacer florecer su idioma un poco más con cada texto que produzca, sean poemas, cuentos o, por qué no, canciones.
Como ejemplo de esto, presento hoy una traducción casi literal de una canción del año 1983. No solo se presta bien esta letra para la rima y el metro que demanda la música, sino que tiene mensaje trascendente y una estructura que la equipara con muchos de los mejores textos de autores de renombre que haya leído antes. De hecho, el título y el tema se refieren a la teoría psicológica de la sincronicidad, de Carl Jung, y se podría decir —sin recurrir a la hipérbole— que esta canción es la sombra de poemas como The Second Coming, de William Butler Yeats. Me refiero a la canción Synchronicity II, que forma parte del álbum Sychronicity, de The Police. Todas las canciones en ese álbum son ejemplos de meditaciones profundas y del buen uso del idioma inglés, pero pienso que la canción señalada es el mejor ejemplo de ello. Si la mayoría de los músicos populares escribieran con tanta pericia, poca necesidad tendría yo de hacer traducciones literarias. Juzguen ustedes a continuación. Presento la letra en prosa.
Es una mañana familiar en un arrabal cualquiera; Abuela le chilla a la pared. Hablamos a gritos para superar a nuestro estridente cereal Rice Crispies; no podemos oir nada. Madre entona su litanía de aburrimiento y frustración, pero todos sabemos que todos sus suicidios son falsos. Papi solo mantiene la mirada perdida, casi al límite del colmo.
A muchas millas de distancia, algo se arrastra sobre el fango en el fondo de un oscuro lago escocés.
Es una fea mañana industrial. La fábrica le eructa su inmundicia al cielo. Él pasa hoy sin trabas entre las filas de huelguistas; ni siquiera se pregunta por qué. Las secretarias hacen pucheros y se pavonean como golfas baratas de la zona rosa, pero él solo se atreve a mirarlas desde lejos. Y cada una de las reuniones con su supuesto superior es una humillante patada en la entrepierna.
A muchas millas de distancia, algo se arrastra hacia la superficie de un oscuro lago escocés.
Ha terminado otro día laboral. Solo falta someterse al infernal tráfico de las horas pico. Todos apretujados como ratones de Noruega en cajitas metálicas relucientes, son concursantes en una carrera suicida. Papi se aferra del volante y pierde la mirada en la distancia. Sabe que algo, en algún sitio, terminará roto. Tiene a la vista el hogar familiar, acechante en la luz de sus faros, con ese dolor de ojos esperándolo en la segunda planta.
A muchas millas de distancia, se dibuja en sombras una silueta sobre la puerta de una cabaña en la ribera de un oscuro lago escocés.
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