El otro día estuve meditando sobre una acusación que me hicieron hace poco. Me acusaron de haber estado leyendo a Ferreira, lo cual confieso que es cierto, y que su estilo estaba influyéndome, lo cual confieso que no es cierto. Lo que sí es cierto es que siempre me dejo influenciar por todos y cualquiera que escriba mejor que yo, que son legión a mi manera de ver las cosas. Obvio, si hay cosas que logra Ferreira mejor que yo, claro que voy a intentar plagiarlo hasta que se presente a mi casa acompañado de su mejor abogado y su peor guardaespaldas. Pero se tendrá que formar en la fila de todos los otros que me he "fusilado" antes.
Dejando fantasías fofas a un lado, también resulta que recientemente escuché un comentario de algún personaje comentarista literario en la televisión, diciendo que, aunque Ernest Hemingway confesó en su "A Movable Feast" que una de sus mayores influencias fue el escritor Dostoevsky, secretamente estaba celoso de Fêdor por su genio innato.
¿Será el caso igual para mí? Pues no creo: Ni Ferreira es el precursor de otra ola de Existencialismo, ni yo me largo a correr con los toros en Pamplona.
Pero cosas más extrañas han sucedido…
5 comentarios:
Dnaz,
Estoy leyendo!
:)
Creo que invitaste a una chica (muy joven) de inglaterra a su red facebook...ella tiene el mismo nombre y appellido. ( ! que horror!)
Sobre Fiódor:
Aunque a Ferreira le guste tildarlo de plasta insoportable, tuvo la gentileza de escribir las líneas maestras de mi propia biografía hará unos ciento cuarenta añitos, así que, orgánicamente, estoy con Fiódor. Si no era tauro sería escorpión, lo que en la filosofía de los paroxismos, y en general de los tremendismos, viene a ser la misma cosa. No solamente los extremos se tocan, sino que, en exclusiva, en el exacto punto de su convergencia encontraremos la Verdad. [La Visión al aparato.] Para qué insistir sobre el corporativismo taurino o alacraniano..., la mafia representó sólo una parodia epitelial que apenas perfiló el alcance de lo que en verdad sucede cuando se unen las grandes fuerzas de la natura.
En ese sentido y en ese punto, confluye Hemingway, quien a sus 44 años descubre las ventajas de la renuncia al individualismo en lo que a "Iluminación" se refiere.
Fiodor profeta, sanguíneo y abisal, ya lo había descubierto antes.
Fiodor, individuo, salpica entre sus letras con la virulencia de los espárragos húmedos en el aceite. La personalidad del artífice exudada a través de cualquier soporte. Un peso pesado de los mamuts; incluso a Ubu no le quedó más remedio que confesar que NO creía realmente que Dostovs no fuese profundo.
Tendría que servirle lo que copiaré a continuación como ─también─ su propio auto-retrato (el ruso era tan universal que podía calzar en una misma horma a caracteres antagónicos), pero renegará de la semblanza por su silvestre sentido de la diversión. Y no obstante, el profeta ya nos anticipa que, al canto del gallo, uno mismo será negado, por sí mismo, setenta veces siete... Lo que no deja de resultar un curioso vaticinio…
Mal ejemplo eliges, DNAZ, comparándote con Hemingway. Ubu, también profeta comonó, nos dice que el americano era un oportunista, vividor, y un mediocrucho periodista. Queda claro que, ni de lejos, lo considera escritor. Según Ubu, su único arte residió en su habilidad para procurarse los mínimos sin tener que erosionarse con ello la riñonada. En ese sentido, nuestro moderno gurú me dijo que yo tenía mucho que aprender de Hemingway... [─Amargo─]
Por otro lado, el yanqui aprendió a desposeer la redacción de todo elemento innecesario (pero ya nos había comunicado Ubu, en un encantador artículo (veáse aquí) que nunca manejó con donaire los adjetivos; así que de las desgracias, esta era la que mejor parecía ajustarse a una conformación pujante de su destino); tal vez influido por la acaudalada Gertrude Stein; de modo que, si has de apuntarte a la corriente, tendrás, lo primero de todo, DNAZ, que comprarte un buen cedazo en la ferretería más cercana, como ya lo hizo uno de los herederos entusiastas de la "rama pelada": Carver; o mejor dicho, el verdadero chef de su cuisine: Linch.
Malos disfraces has elegido, texano, o cuanto menos: They don’t fit you (both). Tú, demasiado frondoso, caducifolio y porlasrameado como para enarbolar la misma bandera que los primitivos precursores del minimalismo arborícola; y Ubucín, demasiado cínico, demasiado anguila, como para siquiera enfrentar ─sin mofarse─ la candorosa contundencia del maestro del realismo romántico. No pasa nada, un tal Pietro ya había negado nada menos que a Cristo; y aquí seguimos, orbitando con el mundo lo queramos o no…, y rindiendo culto incluso al pétreo traidor…
Así que de perdidos al río. Si tú eres Ernst y él Fiódor, yo me pido ser vuestra recalcitrante Stein… [Sigo echando una bono-loto cada quincena, no desesperéis.]
Copio un fragmento de “La Ratonera”, perteneciente a la novela “Memorias del Subsuelo” y de la que constituye su primera parte.
Abrazáos, vástagos de la Nueva Generación Perdida, a la verdad verdadera (nunca es tarde); y que os aproveche este retrato tan multitalla como prêt-à-porter:
MOD QUINTANA., defensora del nuevo movimiento progresista:
«El Viscero-sinceritismo».
”Soy un enfermo...un hombre malo. No hay nada de atrayente en mí. Creo que mi hígado anda mal. Pero en verdad no sé absolutamente nada acerca de mi dolencia, ni siquiera estoy muy seguro de cuál es. No estoy bajo tratamiento, y nunca lo estuve, aunque siento gran respeto por los médicos. Además, lo bastante para respetar a la medicina. Dada mi educación, no debería ser supersticioso, pero lo soy. No, yo diría que rechazo la ayuda médica nada más que por espíritu de contradicción. No espero que me entiendan esto, pero así es. Por supuesto, no puedo explicar a quién trato de engañar de esta manera. Tengo plena conciencia de que no me es posible perjudicar a los médicos impidiendo que me curen. Sé muy bien que el perjudicado soy yo, y nadie más. Pero de cualquier manera, sólo por malicia me niego a aceptar su ayuda. ¿Me duele el hígado? ¡Magnífico, que siga doliendo!
Hace mucho tiempo que vivo así, veinte años o más. Ahora tengo cuarenta. Antes era empleado del gobierno, pero ya no. Era un mal funcionario, grosero, y me complacía serlo. Como no aceptaba sobornos, tenía que compensarlo de alguna manera. (Esta es una pésima muestra de ingenio, pero no la borraré ahora. La escribí pensando que parecería chistosa. Pero ahora me doy cuenta de que es una jactanciosidad vulgar, de modo que la dejaré sólo por este motivo).
Cuando los peticionantes se acercaban a mi escritorio en busca de información, les mostraba los dientes, y me sentía indescriptiblemente dichoso cuando lograba que uno de ellos se sintiera desdichado. Por lo general se mostraban tímidos, pues iban a pedir algo. Pero uno de ellos constituía una excepción a la regla. Era un oficial, y yo experimentaba una particular repugnancia hacia él. No se dejaba amedrentar. Tenía una forma especial de hacer tintinear el sable. Desagradable. Durante dieciocho meses, cuando yo todavía era joven, le hice la guerra.
¿Quieren que les diga qué pasaba verdad? Bueno, el centro del asunto, el aspecto más repulsivo de mi maldad, era que cuando estaba en mi peor humor hepático, tenía conciencia de que en verdad no era tan perverso ni tan colérico, y que no hacía más que pasar el rato, por decirlo así, para distraerme. Puede que estuviera echando espumarajos de furia, pero si alguien me hubiese traído un muñeco para jugar, u ofrecido una buena taza de té con azúcar, lo más probable sería que me habría calmado. E inclusive me habría sentido profundamente conmovido, aunque enojado conmigo mismo; y más tarde habría hecho rechinar los dientes y perdido el sueño durante varios meses. Así era yo.
Hace un momento mentí, cuando dije que fui un mal funcionario. Y mentí por malicia. Me divertía a costa de los peticionantes y de ese oficial, pero en el fondo nunca puede ser malo. Conocía los numerosos elementos que había en mí, y que eran lo contrario de la maldad. Sentía que bullían en mí desde toda la vida, que trataban de salir a la superficie, pero yo les impedía hacerlo. Me atormentaban, me provocaban vergüenza y convulsiones, y me tenía harto. ¡Ah, qué cansado estaba de ellos! ¿Les parece que estoy tratando de justificarme, de pedirles que me perdonen? No me cabe duda de que piensan eso...Bueno, créanme, no me importa que piensen así.
No conseguía ser malo, pero tampoco amistoso, ni infame, ni honrado, ni un héroe, ni un insecto. Y ahora vivo mi vida en un rincón, trato de consolarme con la estúpida, inútil excusa de que un hombre inteligente no puede convertirse en nada, de que solo un tonto puede hacer consigo lo que quiera. Es verdad que un hombre inteligente del siglo XIX tiene que ser una criatura invertebrada, en tanto que un hombre de carácter, el hombre de acción, es, en la mayoría de los casos, una persona de inteligencia ilimitada. Esta es mi convicción a los cuarenta años de edad. Ahora tengo cuarenta, y cuarenta años es toda una vida; cuarenta años es la vejez. ¡Es indecente, vulgar e inmoral vivir más allá de los cuarenta! ¿Quién lo logra? Contéstenme con sinceridad. O déjenme, que contesto yo: los tontos e inútiles. Esto lo repetiré en la cara de cualquiera de esos venerables patriarcas, de todos esos respetables hombres canosos, para que lo escuche todo el mundo. Y tengo derecho a decirlo, porque yo viviré hasta los sesenta. ¡Hasta los setenta! ¡Llegaré a los ochenta...! Esperen, déjenme recobrar el aliento...
¿Piensan que estoy tratando de hacerles reír? Entonces han vuelto a entenderme mal. No soy en modo alguno el tipo alegre que creen, o que podrían creer que soy. Pero si les irrita mi parloteo (y siento que ya debe molestarles), y tienen ganas de preguntarme quién diablos son al fin de cuentas, tendré que contestar que soy un asesor colegiado, empleado de octava clase. Entré en el servicio para poder comer (y sólo por eso). Pero cuando murió un pariente lejano, dejándome seis mil rublos, renuncié en el acto y me instalé aquí, en mi rincón. He vivido aquí aún antes de eso, pero ahora estoy establecido de verdad. Mi habitación es miserable y fea, y se encuentra en las afueras de la ciudad. La criada es una campesina, mala por pura estupidez; además, siempre huele mal. Me dicen que el clima de Petersburgo es malo para mí y que, dado lo escaso de mis ingresos, resulta un lugar muy caro. Todo eso lo sé. Lo sé mejor que todos mis presuntos consejeros. ¡Pero me quedaré en Petersburgo! ¡No me iré! No me iré porque...
*
(...) ¿Quién fue el primero que dijo que el hombre hace cosas feas sólo porque no sabré cuáles son sus verdaderos intereses, que si alguien lo esclareciera en ese sentido dejaría inmediatamente de actuar como un cerdo y se volvería noble y bondadoso? Al verse esclarecido, continúa el argumento, y al advertir en qué consiste su verdadero interés, se daría cuenta de que este tiene su centro en la acción virtuosa. Y como ya se sabe que un hombre no actúa en forma deliberada contra sus intereses, se seguiría de ello que no tendría más elección que las de volverse bueno. ¡Oh, cuánta inocencia! ¿Desde cuándo, en estos últimos milenios, ha actuado el hombre exclusivamente por su propio interés? ¿Y qué hay de los millones de hechos que demuestran que los hombres, de modo deliberado y con pleno conocimiento de cuáles eran sus verdaderos intereses, los despreciaron y se precipitaron en una dirección distinta? Y lo hicieron por su propia cuenta, sin que nadie los aconsejara, negándose a seguir el camino seguro, trillado, y siguiendo el contrario con empecinamiento y a oscuras. ¿No sugiere esto que la testarudez y la terquedad son más fuertes en esos hombres que sus intereses?”
Fiódor Mijáilovich Dostoyevski
Muchas gracias por el comentario tan bien elaborado, y sobre todo por decir las cosas claramente sin necesidad de vulgaridades. Ni a Ernest ni a Fêdor los he leido en español nunca. Te agradezco el fragmento.
Lo único que me queda decir es que me gustaba mi divagación por hiperbólica, pero puedo fallar. Y tú de Stein no me gustas, porque deseo que no seas tan ignorada por el público como ella, que lo único que nos llega después de un siglo es eso de que "una rosa es una rosa es una rosa". No creo que seas igual de "hermetica", como la tachan en algunos lados a Stein.
Pero, puedo fallar, he dicho antes.
D
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/8/86/Gertrude_stein.jpg
Censura no, por favor, ni siquiera solapada, y moralinas tampoco; que para eso ya tenemos el blog de Hank y a los de café1...
Lo bueno que tenía la Stein era la fluidez de la cuenta corriente (de ahí lo que dije).
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