Cuando Rosie decidió que ya era hora, oprimió el botón y dejó de preocuparse al respecto.
No es como si hubiera sido el fin del mundo, ni nada parecido, pero ese botón de «aceptar» era suficiente para deformar el universo que la había contenido hasta esos momentos. ¿Quién lo hubiera imaginado? Todo trámite en línea, sin necesidad de comparecer ante ningún investigador privado ni ningún abogado de mala calaña. Fue suficiente llenar los datos necesarios en los espacios requeridos para poderse deshacer del lastre acarreado por una década. Pinche lastre humano, pensaba ella. Pero sin evitar una o dos lágrimas por todos los quizaces perdidos y la profusión de grietas en todas las ilusiones nuevas que acarrean los besos fugaces y los encuentros apretujados a escondidas, hasta que el sigilo y la disimulación son innecesarios: muy después de que todos en la oficina y el resto de sus amistades estuvieran hasta aburridos con la novedad de ese nuevo amor a escondidas. Claro, él perjuraba que no pasaría siquiera otra semana sin que le avisara a la harpía de su esposa separada que ya no habría posibilidades de reconciliación. Pero mentía, igual que el resto del tiempo…
Increíble: oprimir «aceptar» y lograr conseguir en Craig List quién le solucionara el problema de manera definitiva: desde mañana, nadie vería de nuevo a José Manuel, por la módica suma de cinco mil dólares estadounidenses.
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