lunes, 19 de diciembre de 2011
Silent Night
Recientemente le pedí a mi hija que me ayudara a grabar esta canción…
Cuenta la leyenda que hace unos cuantos siglos hubo un sacerdote que tenía una preocupación: se había descompuesto el órgano de la iglesia y no había manera de repararlo antes de la misa de Navidad.
Entonces fue a un pueblo cercano donde vivía su amigo Franz Gruber y le pidió que le pusiera música a un poema que había escrito otro amigo. Franz dejó lista la canción en un santiamén y la primera vez que se interpretó la música fue un acompañamiento de guitarra para dos voces.
Para más o menos imitar los humildes inicios de esta canción tan famosa, la grabación es de la voz de mi hija, acompañada por una secuencia programada en GarageBand '11 por un servidor.
¡Feliz Navidad!
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sábado, 17 de diciembre de 2011
Feliz Navidad
Acabo de publicar de nuevo dos relatos que escribí el año pasado para estas fechas. Espero que los disfruten. De nuevo.
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Brilla la estrella
Dedicado a todos mis amigos virtuales. Por nombrar algunos: Mónica, Ricardo, Lupita, ustedes saben quiénes son en el cíberespacio.
—Pero…
—No hay nada que debatir. Y es que no hay nada que hacer al respecto. El Concilio de Ancianos ya lo decidió y usted debe acatar nuestra decisión. Lo exhortamos a que comparta estas últimas semanas con sus seres queridos, y que encuentre alguna manera de hacer las paces con esta situación. Esta sesión queda cerrada.
El Científico baja la mirada al suelo, aún demasiado colérico como para sentir el abatimiento que lo ha abrumado desde que hizo el descubrimiento. Mientras, el resto del Concilio de Ancianos sale de la Sala Convocatoria. La sala es parte de la ciudadela, que sirve como capital no solo al planeta, sino a toda la Federación. Cuando hay asuntos de extrema importancia para todos, el Concilio de Ancianos se convoca y asisten en persona desde los cinco planetas. Así se ha hecho desde el comienzo de la Federación, hace siete mil quinientos años.
Uno de Ancianos Gobernantes se desprende del grupo que se retira, y se acerca hasta el Científico, deteniéndose a un paso de distancia y poniendo su mano sobre el hombro del Científico, que es la personificación de la angustia suprema.
—Hijo, sabes bien que no podemos hacer nada…
—Pero Padre, ¡hay que tomar alguna medida!
—¿Acaso no fuiste tú mismo quien calculó la fecha aproximada del evento?
—Cierto, dentro de tres semanas nuestra estrella primaria expulsará su fotósfera, causando a su binaria a ejecutar una supernova doble junto con ella. Sin embargo hay que hacer algo al respecto, hay que avisarle a la gente, hay que hacer preparativos…
—Hijo, bien sabes que el pulso ultravioleta inicial calcinará a todos los planetas de este sistema hasta a un décimo de su radio de profundidad. Y medio segundo después el resto de la estrella pulverizará todo hasta que no queden más que moléculas sueltas, a un diámetro de varias Unidades Astronómicas. Hijo, para escapar habría que tener naves espaciales que pudieran viajar más rápido que la luz, y hubiéramos tenido que partir desde que hiciste el descubrimiento para poder estar a salvo. No existen esas naves. No tenemos salvación. Ven, vayamos a mi casa en la playa. Allá nos esperan tus hijos.
—No, Padre, hay que buscar alguna manera de…
—Hijo, si no vienes conmigo, no irás a ningún lado. ¿No ves a los guardias a las entradas? Tienen órdenes específicas… Vamos, nos espera la familia.
La rabia y la impotencia se escurren sobre las mejillas del Científico mientras se hunde de rodillas hasta el piso. Su padre lo mira con compasión, pero con firmeza.
—Eres joven, y por eso te cuesta trabajo aceptar el destino. De seguro que algún provecho tendrá nuestro sacrificio final. El universo no desperdiciará nada. Quizá llega el final de nuestra civilización, apenas después de brillar por diez mil años. Quizá no haya memoria de nuestros héroes ni de nuestros errores. Pero de algo le servirá al universo. Vamos, tus hijos esperan…
Muchos millones de años después, algunos hombres sabios en la región conocida como el oriente de un planeta repleto de agua y vida alzan su mirada y se preguntan entre exclamaciones de asombro sobre el significado de la estrella que aparece fulgurante en el firmamento. Sus limitados conocimientos no incluyen la comprensión de que la luz de esa estrella tuvo que viajar millones de años por el espacio sideral para alcanzarlos. Pero si no tienen conocimientos, sí tienen fe. Consultan sus profecías y sus escritos, y logran adivinar que el astro anuncia la llegada del Rey, que nace en la lejana tierra de Nazareth, y arden en deseos de irle a adorar.
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—No hay nada que debatir. Y es que no hay nada que hacer al respecto. El Concilio de Ancianos ya lo decidió y usted debe acatar nuestra decisión. Lo exhortamos a que comparta estas últimas semanas con sus seres queridos, y que encuentre alguna manera de hacer las paces con esta situación. Esta sesión queda cerrada.
El Científico baja la mirada al suelo, aún demasiado colérico como para sentir el abatimiento que lo ha abrumado desde que hizo el descubrimiento. Mientras, el resto del Concilio de Ancianos sale de la Sala Convocatoria. La sala es parte de la ciudadela, que sirve como capital no solo al planeta, sino a toda la Federación. Cuando hay asuntos de extrema importancia para todos, el Concilio de Ancianos se convoca y asisten en persona desde los cinco planetas. Así se ha hecho desde el comienzo de la Federación, hace siete mil quinientos años.
Uno de Ancianos Gobernantes se desprende del grupo que se retira, y se acerca hasta el Científico, deteniéndose a un paso de distancia y poniendo su mano sobre el hombro del Científico, que es la personificación de la angustia suprema.
—Hijo, sabes bien que no podemos hacer nada…
—Pero Padre, ¡hay que tomar alguna medida!
—¿Acaso no fuiste tú mismo quien calculó la fecha aproximada del evento?
—Cierto, dentro de tres semanas nuestra estrella primaria expulsará su fotósfera, causando a su binaria a ejecutar una supernova doble junto con ella. Sin embargo hay que hacer algo al respecto, hay que avisarle a la gente, hay que hacer preparativos…
—Hijo, bien sabes que el pulso ultravioleta inicial calcinará a todos los planetas de este sistema hasta a un décimo de su radio de profundidad. Y medio segundo después el resto de la estrella pulverizará todo hasta que no queden más que moléculas sueltas, a un diámetro de varias Unidades Astronómicas. Hijo, para escapar habría que tener naves espaciales que pudieran viajar más rápido que la luz, y hubiéramos tenido que partir desde que hiciste el descubrimiento para poder estar a salvo. No existen esas naves. No tenemos salvación. Ven, vayamos a mi casa en la playa. Allá nos esperan tus hijos.
—No, Padre, hay que buscar alguna manera de…
—Hijo, si no vienes conmigo, no irás a ningún lado. ¿No ves a los guardias a las entradas? Tienen órdenes específicas… Vamos, nos espera la familia.
La rabia y la impotencia se escurren sobre las mejillas del Científico mientras se hunde de rodillas hasta el piso. Su padre lo mira con compasión, pero con firmeza.
—Eres joven, y por eso te cuesta trabajo aceptar el destino. De seguro que algún provecho tendrá nuestro sacrificio final. El universo no desperdiciará nada. Quizá llega el final de nuestra civilización, apenas después de brillar por diez mil años. Quizá no haya memoria de nuestros héroes ni de nuestros errores. Pero de algo le servirá al universo. Vamos, tus hijos esperan…
Muchos millones de años después, algunos hombres sabios en la región conocida como el oriente de un planeta repleto de agua y vida alzan su mirada y se preguntan entre exclamaciones de asombro sobre el significado de la estrella que aparece fulgurante en el firmamento. Sus limitados conocimientos no incluyen la comprensión de que la luz de esa estrella tuvo que viajar millones de años por el espacio sideral para alcanzarlos. Pero si no tienen conocimientos, sí tienen fe. Consultan sus profecías y sus escritos, y logran adivinar que el astro anuncia la llegada del Rey, que nace en la lejana tierra de Nazareth, y arden en deseos de irle a adorar.
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Lo que es ser hombre
Era un hombre bastante serio, y en poco tiempo no lo considerarían joven todavía, como para ser el prometido de esa chamaca adolescente. A pesar que ella fuera pariente lejano, no había en realidad mayor inconveniente para comprometerse con ella, excepto por el detalle nimio de que ella regresó embarazada, después de haber estado una temporada de visita en el pueblo de su prima.
Creyó que sería conveniente abandonarla y marcharse lejos en secreto, para evitarle el oprobio y las malas lenguas, pero en noches de sudorosas contiendas con el sueño, vez tras vez la misma voz de autoridad le infundía aliento a que tomara a la chica como esposa sin mayores miramientos. Decidió hacerle caso, y juntos entablarían el viejo mexicanismo que reza: «a lo hecho, pecho».
Con rostro adusto recibió las noticias de presuntas legalidades y trámites que deberían realizarse en su tierra natal, a pesar de que ahora residiera en provincias lejanas. Como pudo, logró hacer arreglos necesarios para proveer el mínimo de comodidad a su prometida, puesto que sus cuarenta semanas de gravidez estaban muy próximos. Excepto que, por lo imprevisto del viaje y por la muchedumbre que tenía que cumplir los mismos trámites, fue imposible conseguir hospedaje con anticipación.
Estoico, resolvió buscar la solución una vez que arribaran al pueblo, pero fue imposible. Supongo que la cara de dolor y angustia de su novia adolescente consiguió que alguien se apiadara de ellos y les ofreciera un rincón, para pasar la noche y que pudieran aunque sea descansar un poco.
Con la misma ecuanimidad de siempre, hizo lo que pudo por ayudarle a su novia cuando llegó el momento del parto…
Los bebés cambian todo; ningún corazón es inmune…
… y al poco tiempo aquellos oriundos trabajando a la intemperie, de noche, los buscaron y los encontraron, porque ángeles del cielo cantaron aleluyas, y porque ellos también desearon con fervor poder ver al niño recién nacido.
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Creyó que sería conveniente abandonarla y marcharse lejos en secreto, para evitarle el oprobio y las malas lenguas, pero en noches de sudorosas contiendas con el sueño, vez tras vez la misma voz de autoridad le infundía aliento a que tomara a la chica como esposa sin mayores miramientos. Decidió hacerle caso, y juntos entablarían el viejo mexicanismo que reza: «a lo hecho, pecho».
Con rostro adusto recibió las noticias de presuntas legalidades y trámites que deberían realizarse en su tierra natal, a pesar de que ahora residiera en provincias lejanas. Como pudo, logró hacer arreglos necesarios para proveer el mínimo de comodidad a su prometida, puesto que sus cuarenta semanas de gravidez estaban muy próximos. Excepto que, por lo imprevisto del viaje y por la muchedumbre que tenía que cumplir los mismos trámites, fue imposible conseguir hospedaje con anticipación.
Estoico, resolvió buscar la solución una vez que arribaran al pueblo, pero fue imposible. Supongo que la cara de dolor y angustia de su novia adolescente consiguió que alguien se apiadara de ellos y les ofreciera un rincón, para pasar la noche y que pudieran aunque sea descansar un poco.
Con la misma ecuanimidad de siempre, hizo lo que pudo por ayudarle a su novia cuando llegó el momento del parto…
Los bebés cambian todo; ningún corazón es inmune…
… y al poco tiempo aquellos oriundos trabajando a la intemperie, de noche, los buscaron y los encontraron, porque ángeles del cielo cantaron aleluyas, y porque ellos también desearon con fervor poder ver al niño recién nacido.
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