Casa en vecindario exclusivo. Automóviles de lujo estacionados en la cochera. Críos en colegios privados. Esposa al mando de cocineras, mucamas y jardineros particulares para su propio hogar.
El hombre se prepara para ir a trabajar seis días a la semana, todos los meses del año: camisa raída, pantalones rasgados, zapatos remendados con cinta adhesiva. Un puñado de cenizas frotado en el pelo y en la cara.
En la avenida principal siempre está el pordiosero sentado en la banqueta. Mira cómo extiende la mano para recibir cualquier limosna. Mira como soporta sin rechistar el abuso de los niños que pasan por allí. Su mirada siempre rehuye la de los demás, y lo único que sabe decir es un «que Dios se lo pague».
La cara que da al mundo es el retrato de su alma.
D
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