miércoles, 13 de julio de 2011

¿Y ahora, qué?

Pues ayer venía de regreso a la casa, después de haber trabajado toda la noche. Como acostumbro, manejaba por la carretera a escasos 130 kmh cuando noté que se prendió la lucecilla del tablero que indica que la presión de las llantas está baja.

Ni tardo ni perezoso me salí de la autopista para revisar que todo estuviera bien, y que no fuera a ser la de malas que se reventara un neumático a esa velocidad y me fuera a partir la madre… Bueno, es que es un accidente común que se reviente una llanta y que el conductor pierda el control del automóvil. Entre más rápido se viaja, las posibilidades de voltearse son mayores.

¿Quién quiere sufrir un leve caso de muerte? Nadie, porque sería muy inconveniente.

Entonces regresé al hogar viajando por callejuelas paralelas a la autopista, y mi viaje de quince minutos terminó en media hora. Ni modo, pero hay que irse a la segura.

Pero olvidé todo al respecto, y como también acostumbro, al siguiente día, cuando era hora de irme a trabajar (o más bien, cuando ya salía tarde hacia el trabajo), recordé que las llantas estaban bajas de aire. Pah, me llevo el auto de mi mujer, al fin que no lo necesita a estas horas.

Já, bien librado del problema que salí.

Excepto que en el preciso instante en el que me subí a la autopista y aceleré hasta mis acostumbrados 130 kmh, se prendió la lucecilla que indica que las llantas están bajas de presión.

Me queda claro que el universo demanda algo de mí. Una de dos: o debo ser más cuidadoso en las autopistas, o debo someterme a régimen de adelgazamiento. No lo sé.

D

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