No lo
puedo creer todavía: me han cateado el equipaje y confiscado el móvil y la
laptop. Me aseguran que al final de mi contrato me los regresarán. Y me
recordaron que accedí a esto como parte de las condiciones del contrato de un
año… Es cierto, firmé el contrato, pero no pensé que fueran tan estrictos, a
pesar de página tras página de estipulaciones raras, que pareciera que lo que no
era obligatorio estaba prohibido. Buena suerte que se me ocurrió esconder mi
grabadora digital y el paquete de tarjetas de memoria SD en el sostén, que si
no…
Han pasado varios días desde que llegué al islote al norte de Porto Sol, pero no había tenido tiempo de grabar mis notas. El trabajo es duro. Aunque se supone que nos contrataron como domésticas, hasta el momento no he visto señal alguna de que el patrón o patrones vivan en el islote. Si hubiera alguna mansión al otro lado del islote, no la he visto, y ninguna de las muchachas se ausenta del Complejo durante las horas laborales. El Complejo es una especie de campamento sobrevivencialista. Hay un edificio central de tres pisos. Allí están las aulas, la cocina y el comedor, el almacén, la enfermería y toda la planta baja es un gimnasio. Alrededor del edificio central hay veintitrés diminutos dormitorios en forma de cubo. Hay células fotoeléctricas por todos lados y sobre todo techo, y varios tanques de recaptación pluvial. Tenemos una huerta, un gallinero y varias cabras. Rumbo a la playa hay una explanada con muchas columnas de varios tamaños, que no parece tener ningún propósito, aunque las muchachas a veces pasan su tiempo libre caminando alrededor de la explanada, en silencio. Nadie se adentra entre las columnas, porque dicen que allí vive Karesansui. He preguntado quién o qué es, pero nadie contesta y solo bajan la mirada. Hacia las antiguas grutas sagradas, hay una casucha desvencijada. Allí vive el único hombre en toda la isla. Tiene aspecto de vagabundo, vestido en harapos y suciedad, y cojea encorvado sin rumbo por el islote. Nunca nos molesta, y me dicen que tenemos ordenado dejarlo en paz.
Otra vez han pasado varios días. Como decía, el trabajo es duro. Mi período de prueba es de seis semanas, con la promesa de dos semanas libres al final. De pasar la prueba, tendré luego una semana libre por cada tres de trabajo. Suena generoso, pero no sé si sea suficiente: los turnos son de doce horas, los siete días de la semana. Pasamos las primeras dos horas de cada turno en las aulas, aprendiendo sobre la construcción de viviendas eficientes, la plantación y cosecha de frutas y verduras, la mayordomía de animales de granja, la improvisación de herramientas, la cocina de plantas silvestres… Pareciera que nos están adiestrando para sobrevivir el Apocalipsis de los robots zombies nazi que son hombres lobo y vampiros, o algo… Luego, todas ayudamos a cocinar, limpiar, arar la huerta, cuidar a las gallinas, arrear a las cabras y demás menesteres por ocho horas. Las últimas dos horas del turno laboral son las peores. Entrenamos por dos horas completas el Krav Maga y el Método de Pelea Keysi. No me jacto de ser de calibre olímpico, pero he practicado Tae Kwon Do y Kuk Sool Won por diez años y creí que podía defenderme… Ninguna de las chicas son principiantes en estas nuevas disciplinas, y el nivel de ferocidad y agresión es algo que nunca había imaginado. Me dicen que la diferencia es que yo practicaba un deporte, mientras que ahora practicamos a sobrevivir. Tengo cardenales por todos lados, y al final de cada turno casi me tengo que arrastrar hasta mi tapete y han sido pocas las noches que no me arrullo a sollozos.
¿Que quién nos entrena en todo esto? Nadie, en realidad. Hay materiales audiovisuales para todo, y hay varias muchachas que han renovado su contrato y llevan aquí dos o tres años. Fungen como guías en nuestras tareas y Nana pareciera ser la líder. Dicen que este es su quinto año en el islote. La única novata aquí soy yo, aunque hay otras chicas que apenas están en su primer año… No me imagino quién quisiera vivir en estas condiciones más de un año… Y ahora me recuerdan que las condiciones del contrato estipulan que no puedo viajar fuera del islote hasta pasado el año, y que no me pagarán hasta el final del contrato. Insisten en que me compensarán por toda hora extra trabajada más allá de cuarenta horas semanales, y que además me pagarán los intereses a tasas bancarias por haberse quedado mi dinero ese tiempo, como si hubiera estado guardado en el banco. Suena bien, considerando que me están proveyendo el hospedaje y la alimentación, aunque solo me paguen el sueldo mínimo… No sé, a lo mejor es un buen trato, pero yo tengo otro propósito. Voy a averiguar qué le sucedió a mi hermana.
Ya casi completo mi período de prueba, pero ahora las muchachas me rehuyen un poco. A lo mejor las abordé demasiado con mis preguntas. Cualquiera de ellas que esté en su segundo año de seguro sabe algo al respecto, pero nadie quiere hablar… Ayer Nana vino a decirme con esa sonrisa ladeada suya que me choca tanto que pronto se terminará mi período de prueba, pero que tendré que enfrentar dos retos si quiero que me den el trabajo de planta. No me dijo de qué se trataba, pero me dijo que me preparara y que juntara fuerzas. Ya veremos… Aunque creo adivinar uno de los retos, por lo que me contaron las chicas antes de que empezaran a aplicarme la ley hielo. Todo este tiempo he estado durmiendo en un rincón del almacén, porque dicen que cuando se va alguien, desmantelan su dormitorio para que la novata tenga que aprender a construir un albergue. Supongo que me voy a gastar mis dos semanas libres construyendo mi propio cubo. No parece tan complicado, pero voy a necesitar ayuda. Creo que voy a tener que rogar hasta de rodillas para que alguien me ayude en sus horas libres… Ah, otra cosa rara sucedió: la semana pasada el vagabundo llegó a varios pasos de distancia y se me quedó mirando. Nana vino para explicarme que, cuando él tiene hambre, se le acerca a alguien y esa mujer tiene la obligación de conseguirle comida en las cocinas. Así lo ordenó el patrón, parece. Fui a conseguirle comida y regresé para entregársela. ¡Oh, cielos, qué aroma! Ese señor de seguro se zambulle en aceite rancio de pescado, se seca al sol y se restriega los sobacos con el culo de las cabras. Nana y su babosa sonrisa ladeada me informaron un rato después de que, como solo cocinamos cantidades exactas, esa tarde me quedaría sin cenar. Zorra de marras… y maldito bastardo, que ha venido cada día a pedirme de comer.
Acabé de construir mi dormitorio con un día de sobra. Quien diseñó estos cubos es un genio. Es de tres metros de largo, tres metros de ancho y tres metros de alto. Parece poco, pero cabe una salita, gabinetes, cocineta, retrete de compostaje, regadera de aguas pluviales y una cama doble. Y no se siente una apretujada para nada. Cuenta con su propia electricidad, generada por las células fotoeléctricas que forman su techo, así que ahora tengo aire acondicionado y calefacción. Me siento como si viviera entre el lujo más exorbitante y… Suena la puerta, luego vuelvo, que veo por la ventana a Nana, acompañada de Pati y Salomé, las más fortachonas entre nosotras. Esto no tiene buena pinta…
—Quítate la venda, pero permanece arrodillada.
—¿Dónde estamos? Parece un dojo, como en las películas de Kung Fu… Ah, je je je…
—¿Qué te parece gracioso? Supongo que ríes por los nervios: puedo verte temblar, hasta el mentón te tiembla.
—Tiemblo porque Nana y sus compinches me vendaron los ojos y me forzaron a caminar entre las columnas de la explanada, sin explicarme nada, y ahora me encuentro secuestrada en un sitio desconocido, enfrentándome a un puto ninja vestido de negro, con todo y capucha y máscara Kabuki. Río por lo ridículo que te ves, sin importar que seas como un metro más alto que yo.
—Bien. Veo que intentas controlar tu temor y atacas con tus palabras. Haces bien. Mira alrededor: este es el karesansui, donde siempre queda un elemento escondido. Aquí traemos a las novatas para comprobar que hayan aprendido bien sus lecciones y se sepan defender de un atacante. Aquí veremos si todavía tienes algún elemento escondido. Quizá si revelas tu misterio, al fin seas libre…
—Mira, mi pequeño saltamontes, no me salgas con pavadas. ¿Que no sabes que toda mujer siempre guarda un secreto?
—Tu coquetería no me distrae. Te ofrezco un trato: si logras darme un puñetazo en la cara, contestaré tus preguntas. Te diré lo que le sucedió a tu hermana.
—¿Cómo sabe de…?
—¡Defiéndete!
Cuando por fin recuperé la conciencia, estaba tendida a medio dojo. Exploré con la lengua a ver si no me faltaba algún diente, pero solo encontré el labio partido y probé la sangre que me tenté sobre ceja y los pómulos. Seguro que en un par de días me voy a parecer a Rocky Balboa… Pero el puto ninja abusón mantuvo su palabra. Después de propinarme puñetazos, patadas, piquetes de ojos… carajo, que hasta me aplastó una teta de un cabezazo, cuando sentí que ya no podía más, me lancé a sus rodillas, intentando derribarlo. Sentí sus brazos de acero cerrarse sobre mi cuello, y presa de la desesperación, tiré una patada como alacrán, hacia atrás y hacia arriba. Mi pie hizo contacto con su máscara, y la sentí partirse. Sus carcajadas descendieron conmigo hasta la inconsciencia. Una vez que desperté y me cercioré de que no tuviera nada fracturado, me senté y pedí explicaciones. El ninja misterioso también se sentó frente a mí, en el suelo, y pude ver un ojo de rasgos orientales mirarme a través del trozo quebrado de su máscara de diablo. «Tu hermana era Briseida Gómez, ¿cierto?», me preguntó. Asentí con la cabeza. En ese momento me quedó claro que el vagabundo de la isla era este mismísimo ninja. Buen disfraz para pasar desapercibido y enterarse de todo… Dijo: «Primero dime por qué estás aquí, en mi islote». Le conté sobre cómo Briseida y yo crecimos en las favelas de isla Vulcanus hasta que nuestra madre nos vendió a una agencia de adopción clandestina, quizá para tener unos cuantos pesos y comprar más drogas. Estuvimos en varios hogares sustitutos hasta que me adoptaron y fui a vivir con una familia en Porto Sol. De Briseida no supe nada hasta que hace un año comencé a hacer investigaciones. Pude rastrear a Briseida, que regresó a vivir a las favelas de Vulcanus hasta que consiguió una plaza con la agencia Nexus para trabajar en el islote, y de allí nadie supo de su paradero. Es decir, nadie supo de ella hasta que su cuerpo fue depositado por las olas en Porto Sol. El ninja no se inmutó al escuchar estas noticias. Se limitó a contarme una historia. Me dijo que hubo un hombre que tenía muchas riquezas, pero que las consiguió por medio de muchos pecados. Como acto de contrición decidió nunca más regresar al mundo. También decidió que intentaría mejorar el mundo, poco a poco y una persona a la vez. Estableció el Complejo para traer jóvenes mujeres y capacitarlas para sobrevivir en un mundo que poco uso y afecto tiene por ellas. Las adiestró para que nunca más necesitaran de los hombres, y que nunca más fueran víctimas indefensas. «Dijo John Lennon que la mujer es la esclava del esclavo. Esto no puede continuar así», declaró. Entonces por varios años ha estado moldeando a mujeres jóvenes, devolviéndolas luego a sus domicilios anteriores con la consigna de que compartan sus conocimientos con otras. Su plan es que en menos de una generación, el balance del poder esté más inclinado hacia las mujeres. Según él, a diferencia de los hombres, cuando las mujeres construyen algo es para beneficiar a todos. Y cuando luchan, destruyen por completo a las amenazas. Le dije que era muy interesante, y todo, pero que me venía valiendo un pepino: ¿qué le sucedió a mi hermana? Suspiró profundo, y me contó que, por desgracia, Briseida vino a su islote todavía presa de la drogadicción y de sus deudas a hombres ruines. Ellos creían que de seguro había una mansión repleta de botín en el islote, y obligaron a Briseida a irse a trabajar allí para que les mostrara dónde desembarcar para saquear el islote. La noche pactada, Briseida salió a la playa a hacer señales con una lámpara de mano. Ella solo quería que la rescataran, porque no podía trabajar tan duro como las demás. Los maleantes atracaron en la playa y demandaron que Briseida los condujera a la mansión. No sabiendo qué hacer, ella los llevó hacia el Complejo. Seis hombres, aunque armados, no fueron reto alguno contra veintitrés torbellinos de puños y patadas. Ninguno sobrevivió, Briseida incluida. El ninja me dijo que podía quedarme y completar mi contrato, pero que él comprendería si quería mejor dimitir y marcharme… ¡Claro que me iré! ¿Cómo voy a poder verles las caras a todas estas putas que asesinaron a mi hermana, día tras día? Lo primero que haré será levantar un acta en la jefatura de policía en Porto Sol, y luego
Nana, la primera empleada del Complejo y aprendiz personal del hombre conocido como Karesansui, camina con paso firme rumbo a la embarcación que la llevará a isla Vulcanus. Allí buscará a otras que hayan estado en el islote, para crear una cooperativa. Crecerá su número. Quizás hasta establezcan su propio Complejo. El sueldo de cinco años le da ventajas que no toda mujer tiene: es libre.
Karesansui puede que perdone, puede que olvide, pero Nana no es presa de semejantes sensiblerías: es pragmática. Karen Fuentes, hermana de Briseida Gómez, representaba una amenaza para el Complejo: en pocos días las olas devolverán a Porto Sol el cuerpo de Karen, todavía asiendo su grabadora digital.
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Han pasado varios días desde que llegué al islote al norte de Porto Sol, pero no había tenido tiempo de grabar mis notas. El trabajo es duro. Aunque se supone que nos contrataron como domésticas, hasta el momento no he visto señal alguna de que el patrón o patrones vivan en el islote. Si hubiera alguna mansión al otro lado del islote, no la he visto, y ninguna de las muchachas se ausenta del Complejo durante las horas laborales. El Complejo es una especie de campamento sobrevivencialista. Hay un edificio central de tres pisos. Allí están las aulas, la cocina y el comedor, el almacén, la enfermería y toda la planta baja es un gimnasio. Alrededor del edificio central hay veintitrés diminutos dormitorios en forma de cubo. Hay células fotoeléctricas por todos lados y sobre todo techo, y varios tanques de recaptación pluvial. Tenemos una huerta, un gallinero y varias cabras. Rumbo a la playa hay una explanada con muchas columnas de varios tamaños, que no parece tener ningún propósito, aunque las muchachas a veces pasan su tiempo libre caminando alrededor de la explanada, en silencio. Nadie se adentra entre las columnas, porque dicen que allí vive Karesansui. He preguntado quién o qué es, pero nadie contesta y solo bajan la mirada. Hacia las antiguas grutas sagradas, hay una casucha desvencijada. Allí vive el único hombre en toda la isla. Tiene aspecto de vagabundo, vestido en harapos y suciedad, y cojea encorvado sin rumbo por el islote. Nunca nos molesta, y me dicen que tenemos ordenado dejarlo en paz.
Otra vez han pasado varios días. Como decía, el trabajo es duro. Mi período de prueba es de seis semanas, con la promesa de dos semanas libres al final. De pasar la prueba, tendré luego una semana libre por cada tres de trabajo. Suena generoso, pero no sé si sea suficiente: los turnos son de doce horas, los siete días de la semana. Pasamos las primeras dos horas de cada turno en las aulas, aprendiendo sobre la construcción de viviendas eficientes, la plantación y cosecha de frutas y verduras, la mayordomía de animales de granja, la improvisación de herramientas, la cocina de plantas silvestres… Pareciera que nos están adiestrando para sobrevivir el Apocalipsis de los robots zombies nazi que son hombres lobo y vampiros, o algo… Luego, todas ayudamos a cocinar, limpiar, arar la huerta, cuidar a las gallinas, arrear a las cabras y demás menesteres por ocho horas. Las últimas dos horas del turno laboral son las peores. Entrenamos por dos horas completas el Krav Maga y el Método de Pelea Keysi. No me jacto de ser de calibre olímpico, pero he practicado Tae Kwon Do y Kuk Sool Won por diez años y creí que podía defenderme… Ninguna de las chicas son principiantes en estas nuevas disciplinas, y el nivel de ferocidad y agresión es algo que nunca había imaginado. Me dicen que la diferencia es que yo practicaba un deporte, mientras que ahora practicamos a sobrevivir. Tengo cardenales por todos lados, y al final de cada turno casi me tengo que arrastrar hasta mi tapete y han sido pocas las noches que no me arrullo a sollozos.
¿Que quién nos entrena en todo esto? Nadie, en realidad. Hay materiales audiovisuales para todo, y hay varias muchachas que han renovado su contrato y llevan aquí dos o tres años. Fungen como guías en nuestras tareas y Nana pareciera ser la líder. Dicen que este es su quinto año en el islote. La única novata aquí soy yo, aunque hay otras chicas que apenas están en su primer año… No me imagino quién quisiera vivir en estas condiciones más de un año… Y ahora me recuerdan que las condiciones del contrato estipulan que no puedo viajar fuera del islote hasta pasado el año, y que no me pagarán hasta el final del contrato. Insisten en que me compensarán por toda hora extra trabajada más allá de cuarenta horas semanales, y que además me pagarán los intereses a tasas bancarias por haberse quedado mi dinero ese tiempo, como si hubiera estado guardado en el banco. Suena bien, considerando que me están proveyendo el hospedaje y la alimentación, aunque solo me paguen el sueldo mínimo… No sé, a lo mejor es un buen trato, pero yo tengo otro propósito. Voy a averiguar qué le sucedió a mi hermana.
Ya casi completo mi período de prueba, pero ahora las muchachas me rehuyen un poco. A lo mejor las abordé demasiado con mis preguntas. Cualquiera de ellas que esté en su segundo año de seguro sabe algo al respecto, pero nadie quiere hablar… Ayer Nana vino a decirme con esa sonrisa ladeada suya que me choca tanto que pronto se terminará mi período de prueba, pero que tendré que enfrentar dos retos si quiero que me den el trabajo de planta. No me dijo de qué se trataba, pero me dijo que me preparara y que juntara fuerzas. Ya veremos… Aunque creo adivinar uno de los retos, por lo que me contaron las chicas antes de que empezaran a aplicarme la ley hielo. Todo este tiempo he estado durmiendo en un rincón del almacén, porque dicen que cuando se va alguien, desmantelan su dormitorio para que la novata tenga que aprender a construir un albergue. Supongo que me voy a gastar mis dos semanas libres construyendo mi propio cubo. No parece tan complicado, pero voy a necesitar ayuda. Creo que voy a tener que rogar hasta de rodillas para que alguien me ayude en sus horas libres… Ah, otra cosa rara sucedió: la semana pasada el vagabundo llegó a varios pasos de distancia y se me quedó mirando. Nana vino para explicarme que, cuando él tiene hambre, se le acerca a alguien y esa mujer tiene la obligación de conseguirle comida en las cocinas. Así lo ordenó el patrón, parece. Fui a conseguirle comida y regresé para entregársela. ¡Oh, cielos, qué aroma! Ese señor de seguro se zambulle en aceite rancio de pescado, se seca al sol y se restriega los sobacos con el culo de las cabras. Nana y su babosa sonrisa ladeada me informaron un rato después de que, como solo cocinamos cantidades exactas, esa tarde me quedaría sin cenar. Zorra de marras… y maldito bastardo, que ha venido cada día a pedirme de comer.
Acabé de construir mi dormitorio con un día de sobra. Quien diseñó estos cubos es un genio. Es de tres metros de largo, tres metros de ancho y tres metros de alto. Parece poco, pero cabe una salita, gabinetes, cocineta, retrete de compostaje, regadera de aguas pluviales y una cama doble. Y no se siente una apretujada para nada. Cuenta con su propia electricidad, generada por las células fotoeléctricas que forman su techo, así que ahora tengo aire acondicionado y calefacción. Me siento como si viviera entre el lujo más exorbitante y… Suena la puerta, luego vuelvo, que veo por la ventana a Nana, acompañada de Pati y Salomé, las más fortachonas entre nosotras. Esto no tiene buena pinta…
—Quítate la venda, pero permanece arrodillada.
—¿Dónde estamos? Parece un dojo, como en las películas de Kung Fu… Ah, je je je…
—¿Qué te parece gracioso? Supongo que ríes por los nervios: puedo verte temblar, hasta el mentón te tiembla.
—Tiemblo porque Nana y sus compinches me vendaron los ojos y me forzaron a caminar entre las columnas de la explanada, sin explicarme nada, y ahora me encuentro secuestrada en un sitio desconocido, enfrentándome a un puto ninja vestido de negro, con todo y capucha y máscara Kabuki. Río por lo ridículo que te ves, sin importar que seas como un metro más alto que yo.
—Bien. Veo que intentas controlar tu temor y atacas con tus palabras. Haces bien. Mira alrededor: este es el karesansui, donde siempre queda un elemento escondido. Aquí traemos a las novatas para comprobar que hayan aprendido bien sus lecciones y se sepan defender de un atacante. Aquí veremos si todavía tienes algún elemento escondido. Quizá si revelas tu misterio, al fin seas libre…
—Mira, mi pequeño saltamontes, no me salgas con pavadas. ¿Que no sabes que toda mujer siempre guarda un secreto?
—Tu coquetería no me distrae. Te ofrezco un trato: si logras darme un puñetazo en la cara, contestaré tus preguntas. Te diré lo que le sucedió a tu hermana.
—¿Cómo sabe de…?
—¡Defiéndete!
Cuando por fin recuperé la conciencia, estaba tendida a medio dojo. Exploré con la lengua a ver si no me faltaba algún diente, pero solo encontré el labio partido y probé la sangre que me tenté sobre ceja y los pómulos. Seguro que en un par de días me voy a parecer a Rocky Balboa… Pero el puto ninja abusón mantuvo su palabra. Después de propinarme puñetazos, patadas, piquetes de ojos… carajo, que hasta me aplastó una teta de un cabezazo, cuando sentí que ya no podía más, me lancé a sus rodillas, intentando derribarlo. Sentí sus brazos de acero cerrarse sobre mi cuello, y presa de la desesperación, tiré una patada como alacrán, hacia atrás y hacia arriba. Mi pie hizo contacto con su máscara, y la sentí partirse. Sus carcajadas descendieron conmigo hasta la inconsciencia. Una vez que desperté y me cercioré de que no tuviera nada fracturado, me senté y pedí explicaciones. El ninja misterioso también se sentó frente a mí, en el suelo, y pude ver un ojo de rasgos orientales mirarme a través del trozo quebrado de su máscara de diablo. «Tu hermana era Briseida Gómez, ¿cierto?», me preguntó. Asentí con la cabeza. En ese momento me quedó claro que el vagabundo de la isla era este mismísimo ninja. Buen disfraz para pasar desapercibido y enterarse de todo… Dijo: «Primero dime por qué estás aquí, en mi islote». Le conté sobre cómo Briseida y yo crecimos en las favelas de isla Vulcanus hasta que nuestra madre nos vendió a una agencia de adopción clandestina, quizá para tener unos cuantos pesos y comprar más drogas. Estuvimos en varios hogares sustitutos hasta que me adoptaron y fui a vivir con una familia en Porto Sol. De Briseida no supe nada hasta que hace un año comencé a hacer investigaciones. Pude rastrear a Briseida, que regresó a vivir a las favelas de Vulcanus hasta que consiguió una plaza con la agencia Nexus para trabajar en el islote, y de allí nadie supo de su paradero. Es decir, nadie supo de ella hasta que su cuerpo fue depositado por las olas en Porto Sol. El ninja no se inmutó al escuchar estas noticias. Se limitó a contarme una historia. Me dijo que hubo un hombre que tenía muchas riquezas, pero que las consiguió por medio de muchos pecados. Como acto de contrición decidió nunca más regresar al mundo. También decidió que intentaría mejorar el mundo, poco a poco y una persona a la vez. Estableció el Complejo para traer jóvenes mujeres y capacitarlas para sobrevivir en un mundo que poco uso y afecto tiene por ellas. Las adiestró para que nunca más necesitaran de los hombres, y que nunca más fueran víctimas indefensas. «Dijo John Lennon que la mujer es la esclava del esclavo. Esto no puede continuar así», declaró. Entonces por varios años ha estado moldeando a mujeres jóvenes, devolviéndolas luego a sus domicilios anteriores con la consigna de que compartan sus conocimientos con otras. Su plan es que en menos de una generación, el balance del poder esté más inclinado hacia las mujeres. Según él, a diferencia de los hombres, cuando las mujeres construyen algo es para beneficiar a todos. Y cuando luchan, destruyen por completo a las amenazas. Le dije que era muy interesante, y todo, pero que me venía valiendo un pepino: ¿qué le sucedió a mi hermana? Suspiró profundo, y me contó que, por desgracia, Briseida vino a su islote todavía presa de la drogadicción y de sus deudas a hombres ruines. Ellos creían que de seguro había una mansión repleta de botín en el islote, y obligaron a Briseida a irse a trabajar allí para que les mostrara dónde desembarcar para saquear el islote. La noche pactada, Briseida salió a la playa a hacer señales con una lámpara de mano. Ella solo quería que la rescataran, porque no podía trabajar tan duro como las demás. Los maleantes atracaron en la playa y demandaron que Briseida los condujera a la mansión. No sabiendo qué hacer, ella los llevó hacia el Complejo. Seis hombres, aunque armados, no fueron reto alguno contra veintitrés torbellinos de puños y patadas. Ninguno sobrevivió, Briseida incluida. El ninja me dijo que podía quedarme y completar mi contrato, pero que él comprendería si quería mejor dimitir y marcharme… ¡Claro que me iré! ¿Cómo voy a poder verles las caras a todas estas putas que asesinaron a mi hermana, día tras día? Lo primero que haré será levantar un acta en la jefatura de policía en Porto Sol, y luego
Nana, la primera empleada del Complejo y aprendiz personal del hombre conocido como Karesansui, camina con paso firme rumbo a la embarcación que la llevará a isla Vulcanus. Allí buscará a otras que hayan estado en el islote, para crear una cooperativa. Crecerá su número. Quizás hasta establezcan su propio Complejo. El sueldo de cinco años le da ventajas que no toda mujer tiene: es libre.
Karesansui puede que perdone, puede que olvide, pero Nana no es presa de semejantes sensiblerías: es pragmática. Karen Fuentes, hermana de Briseida Gómez, representaba una amenaza para el Complejo: en pocos días las olas devolverán a Porto Sol el cuerpo de Karen, todavía asiendo su grabadora digital.
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