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¿Cómo hacer una reseña sobre una antología? Es difícil, puesto que habrá algunos cuentos que no gusten tanto como otros al lector… ¿Es suficiente basarse en lo que más le gustó y obviar lo demás? ¿O viceversa?
En este caso, podemos intentar recurrir al resumen:
Necroslogía es una antología de dieciséis cuentos (sí, dieciséis, no me discutan todavía), que consta de 167 páginas. En ellas hay una introducción, un prólogo, quince cuentos (¿no que dieciséis?) y un hilo conductor que aparece a manera de interludios periódicos (toma, ese es el dieciséis). El tema central es la visión idiosincrásica de los quince autores sobre la Muerte. No existe un tono homogéneo, y el acercamiento de cada autor no se ciñe al hilo conductor, que es un relato sobre la inevitable necesidad de conglomerarse para hacerle frente a la Obscuridad del alma, al más allá, a todo lo que se desconoce. Ya que los autores son de varias regiones del mundo, tampoco existe un solo registro de vocabulario, y gracias a Dios por ello, porque ese simple detalle le dota al conjunto de una especie de veracidad, de… humanidad, por llamarle algo.
Quizá se pueda recurrir a las anécdotas: tal vez le interese al público saber que los integrantes de la Tribu 11, que es el colectivo literario que editó el libro, provienen de muy distintos y variados entornos sociales del planeta, y aunque algunos de ellos han publicado, no todos son profesionales de las letras. No, es un grupo de personas que tienen la pasión por la Literatura no como una asignatura o un proceso, sino como una de las pasiones de su vida. A varios de ellos los he encontrado en foros literarios, intentando afilar cada vez más el borde cortante de los lexemas.
A lo mejor se puede hacer una buena reseña solo comentando sobre los logros técnicos de la escritura misma, y la capacidad de transmitir mensajes precisos por medio de las letras, y darle zarpazos al corazón lector con crueles uñas de tropos. En especial, hay tres cuentos que captaron mi atención. Por lo general, una vez que acepto la pericia del escritor como válida de acuerdo a mis parámetros tendenciosos, puedo permitirme el lujo de sentir lo que leo. No me sucede a menudo, porque siempre me estorba este meningitismo pretencioso, y por lo tanto considero un evento extraordinario cuando sucede.
En Julia y los hombres de negro, por Esther González, uno se encuentra frente a frente al horror y miseria de la realidad actual en el mundo moderno, del cochambre de crueldad en el corazón de quienes se aferran al poder bajo la facha de la política y las leyes, ya sea abusando de esos conceptos o pasándolos por alto. Es un retrato fiel del desamparo, que aparece retratado con la crueldad de una Polaroid.
En contraste, en La gloria de las flores, de pepsi, el lector debe aprender a visualizar el mundo mundial a través de espejuelos de acuarela con marcos de óleo, y comprender que todo el glamour de la vida apenas si mantiene a raya a la parquedad de la Parca. Uno aprende que la Muerte es quien deshoja todos los árboles, arranca todos los pétalos de las flores, despluma a todo pajarillo, deshilvana toda la alta moda, despeina toda peluca rellena de talco y que uno mismo es quien mantiene a todo lo mencionado íntegro a fuerza de suspiros bordados de ensueños e ilusiones.
Luego, en Ciencias, de Antonio Romero Montilla, uno finalmente aprende a agradecerle a la Muerte que se haya mantenido a la distancia apropiada para permitirnos experimentar todo en la vida, y ese todo incluyendo también lo malo. Y a agradecerle con el mismo fervor a la Muerte porque se halle presente en cada minuto del día, para recordarnos del verdadero valor de cada instante. El cuento me pareció que merecía una mención especial por haber logrado algo casi imposible para los escritores novatos: viene relleno de localismos sin perder a ni un solo lector a medio camino. Carambas, que a veces ni los escritores «profesionales» logran semejante hazaña…
Pero no concluya quien lea esta reseña que el resto de los cuentos son desechables o ignorables, sino que sepa que estos tres cuentos que menciono por nombre son los que tuve que escoger para no escribir una reseña que se aproxime a la longitud del libro mismo.
La odiosa pero obligada frase sale a relucir: ¿recomiendo que lean este libro? Sí, maldita sea, sí, carambas, si no, ¿para qué hacer una reseña de algo si fuera de mala calidad y sin arte? Sí, recomiendo que lean este libro. Ahora mismo. Ya.
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