martes, 26 de junio de 2012

Necroslogía, una Antología de la Muerte

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¿Cómo hacer una reseña sobre una antología? Es difícil, puesto que habrá algunos cuentos que no gusten tanto como otros al lector… ¿Es suficiente basarse en lo que más le gustó y obviar lo demás? ¿O viceversa?

En este caso, podemos intentar recurrir al resumen:

Necroslogía es una antología de dieciséis cuentos (sí, dieciséis, no me discutan todavía), que consta de 167 páginas. En ellas hay una introducción, un prólogo, quince cuentos (¿no que dieciséis?) y un hilo conductor que aparece a manera de interludios periódicos (toma, ese es el dieciséis). El tema central es la visión idiosincrásica de los quince autores sobre la Muerte. No existe un tono homogéneo, y el acercamiento de cada autor no se ciñe al hilo conductor, que es un relato sobre la inevitable necesidad de conglomerarse para hacerle frente a la Obscuridad del alma, al más allá, a todo lo que se desconoce. Ya que los autores son de varias regiones del mundo, tampoco existe un solo registro de vocabulario, y gracias a Dios por ello, porque ese simple detalle le dota al conjunto de una especie de veracidad, de… humanidad, por llamarle algo.

Quizá se pueda recurrir a las anécdotas: tal vez le interese al público saber que los integrantes de la Tribu 11, que es el colectivo literario que editó el libro, provienen de muy distintos y variados entornos sociales del planeta, y aunque algunos de ellos han publicado, no todos son profesionales de las letras. No, es un grupo de personas que tienen la pasión por la Literatura no como una asignatura o un proceso, sino como una de las pasiones de su vida. A varios de ellos los he encontrado en foros literarios, intentando afilar cada vez más el borde cortante de los lexemas.

A lo mejor se puede hacer una buena reseña solo comentando sobre los logros técnicos de la escritura misma, y la capacidad de transmitir mensajes precisos por medio de las letras, y darle zarpazos al corazón lector con crueles uñas de tropos. En especial, hay tres cuentos que captaron mi atención. Por lo general, una vez que acepto la pericia del escritor como válida de acuerdo a mis parámetros tendenciosos, puedo permitirme el lujo de sentir lo que leo. No me sucede a menudo, porque siempre me estorba este meningitismo pretencioso, y por lo tanto considero un evento extraordinario cuando sucede.

En Julia y los hombres de negro, por Esther González, uno se encuentra frente a frente al horror y miseria de la realidad actual en el mundo moderno, del cochambre de crueldad en el corazón de quienes se aferran al poder bajo la facha de la política y las leyes, ya sea abusando de esos conceptos o pasándolos por alto. Es un retrato fiel del desamparo, que aparece retratado con la crueldad de una Polaroid.

En contraste, en La gloria de las flores, de pepsi, el lector debe aprender a visualizar el mundo mundial a través de espejuelos de acuarela con marcos de óleo, y comprender que todo el glamour de la vida apenas si mantiene a raya a la parquedad de la Parca. Uno aprende que la Muerte es quien deshoja todos los árboles, arranca todos los pétalos de las flores, despluma a todo pajarillo, deshilvana toda la alta moda, despeina toda peluca rellena de talco y que uno mismo es quien mantiene a todo lo mencionado íntegro a fuerza de suspiros bordados de ensueños e ilusiones.

Luego, en Ciencias, de Antonio Romero Montilla, uno finalmente aprende a agradecerle a la Muerte que se haya mantenido a la distancia apropiada para permitirnos experimentar todo en la vida, y ese todo incluyendo también lo malo. Y a agradecerle con el mismo fervor a la Muerte porque se halle presente en cada minuto del día, para recordarnos del verdadero valor de cada instante. El cuento me pareció que merecía una mención especial por haber logrado algo casi imposible para los escritores novatos: viene relleno de localismos sin perder a ni un solo lector a medio camino. Carambas, que a veces ni los escritores «profesionales» logran semejante hazaña…

Pero no concluya quien lea esta reseña que el resto de los cuentos son desechables o ignorables, sino que sepa que estos tres cuentos que menciono por nombre son los que tuve que escoger para no escribir una reseña que se aproxime a la longitud del libro mismo.

La odiosa pero obligada frase sale a relucir: ¿recomiendo que lean este libro? Sí, maldita sea, sí, carambas, si no, ¿para qué hacer una reseña de algo si fuera de mala calidad y sin arte? Sí, recomiendo que lean este libro. Ahora mismo. Ya.

D

9 comentarios:

pepsi dijo...

D, muchas gracias por tus palabras. Sobre todo por las «bonitas» ;-) Las justas son justas. Y las bonitas, mías!, ajajajjaa.

¡Grasiasssss!

Edgardo Benìtez dijo...

Gracias, D, Por tu comentario. En Verdad fue todo un placer...
Edgardo Benitez.

Daniel A. Franco dijo...

pepsi:

Conste que todas las palabras sobre Necroslogía son bonitas.

Saludetes,
D

Daniel A. Franco dijo...

Edgardo:

Gracias a ti, por esas voces en el agua.
D

Esther dijo...

¡Uau!

Regreso...

zoquete dijo...

"[...] intentando afilar cada vez más el borde cortante de los lexemas".

Cáspita, ya tenemos interesante tema a desarrollar en la revista o cómo utilizar las armas blancas de la literatura... ;)

Gracias por la reseña.

Un abrazo,

Daniel A. Franco dijo...

Esther, nos vemos más al rato, entonces.


zoquete, gracias por pasar por el blog. Saludos,
D

Esther dijo...

Daniel, me parece que diste con la flecha justo en el centro: ¡hay dieciséis relatos! Me gusta —mucho— tu percepción del hilo conductor: un intento de hacer frente a la oscuridad juntándose, conglomerándose, aunque esa sea una tarea que no puede tener éxito, si es que el éxito se mide por el grado de homogeneidad que se alcanza. La muerte homogeneiza pero las formas de acercarse a ella son, necesariamente, heterogéneas; y esto tiene que ver con que aprecies como rasgo de verosimilitud (y de humanidad) la diferencia de registros en los cuentos. Alguna vez hemos hablado (¿con vos, con alguien más?) de la maravillosa heterogeneidad que se encuentra en los foros literarios, donde la diversidad es muy superior a la que se halla en las mesas de las librerías…

Confieso que me conmovió tu apreciación acerca de "Julia y los hombres de negro". El horror —el de verdad— no es una cuestión externa al Homo sino que es interna; nace allí, justo en el corazón de los hombres de negro. Hay un desamparo inmenso en quienes deben enfrentar la muerte, propia o ajena, cuando intervienen los hombres de negro. La primera versión del cuento la escribí en un tiempo breve (corregirlo ya fue otra cosa…); pero, en realidad, estuve varios años pensando en escribirlo y en cómo escribirlo: los años que me llevó aprender aunque sea un poquito sobre cómo afilar los lexemas, porque creo que hay ciertos dolores a los que uno no puede aproximarse sin tener una mínima seguridad de no desbarrancarse en prosas flacas o lugares comunes y sensibleros.

Por lógica, en una antología uno encuentra cuentos que le gustan más que otros, ya sea por el tema, el enfoque, la afinidad por la prosa, o por otros motivos o por esa mezcla de motivos que uno, como lector, nunca intenta descifrar (derechos de lector…). O por lo menos nunca leí una antología de la cual pudiera decir que funciona como una superficie horizontal, sin altos ni bajos. Tampoco me gustaría leer una antología así, jajaja. El caso es que —también por lógica— diferentes lectores tienen diferentes percepciones de los altos y los bajos. Así que lo que importa, en realidad, es ¿existe calidad en todos los relatos? ¿Puedo decir que, quizás, un cuento me agrade más que otro, pero ese otro también valió la pena ser leído? Lo que más me emociona de tu lectura, Daniel, es que respondés que sí. Que todo Necroslogía vale la pena ser leído. Y me emociona doblemente porque conozco acerca de tu experiencia lectora y de la profundidad de tus análisis literarios.

Gracias mil, entonces.

Y un abrazo,

Esther

PD: todavía recuerdo —grabado a fuego— aquella vez que hablaste de la imposibilidad de intentar chapotear en el mar de los cuentos de pepsi: hay que tirarse al mar y hundirse sin miedo. Recuerdo, porque, ¡cuánta razón, jajaja!

Daniel A. Franco dijo...

Esther:

Disculpa que dejé tu comentario sin afirmación. Lo he leído recién publicado, y lo he leído después. Hoy te contesto que me complace haber sido parte de quienes cooperaron contigo para evitar esos pozos de cursilería, para saber retratar lo bueno cuando bueno, y lo malo cuando no. Pocos conocen la diferencia, y tu relato es un ejemplo a seguir para quienes intenten deletrear realidades que a veces nos callamos hasta en nuestros adentros.

A chapotear, quien no pueda zambullirse, pues, y a bogar por ese mar de lexemas, quien osare…

D

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